“Enseñar a tocar el violoncello y difundir el repertorio, que es muy amplio y variado, fue mi cometido; no sé si lo logré pero hice lo mejor que pude y estoy contento”
Hace algunas semanas tuvimos el placer de pasar una tarde con el maestro Leo Viola, reconocido cellista argentino, en la tranquilidad de su casa del barrio de Saavedra. Además de compartir charlas y anécdotas disfrutamos de un hermoso concierto privado entre los árboles de su jardín sin más público que algunos gorriones y uno de sus perros. En su época de bohemia tocó tango con Franccini y Pugliese, ganó una beca para estudiar en Francia con el Maestro Paul Tortellier, estrenó obras de renombrados compositores argentinos y latinoamericanos como Gerardo Gandini y Leo Brouwer, brindó conciertos en importantes salas del país, fue Concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional y tuvo entre sus discípulos a Sol Gabeta, entre tantos otros. En definitiva una vida entera dedicada a su mayor pasión: el Violoncello. No se pierdan esta hermosa nota.
Yo siempre fui un tipo muy sanguíneo, me acuerdo que en el examen final de un curso de pedagogía musical que realicé en Niza, después hacer la última práctica con alumnos y al momento de darme la nota me dicen “Mire, le vamos a dar el diploma pero usted tiene que juramentar que no va a enseñar a niños y adolescentes hasta que no sea más maduro. Es demasiado temperamental y a veces hace imágenes o gestos de una manera que a un niño o un joven lo puede asustar o cohibir”. Eso me quedó grabado…Además aún era muy joven, tendría unos 22 años.
¿Y lo cumpliste?
Sí. Pasé años sin enseñar a jóvenes o a niños. Uno de los primeros niños que tuve fue Sol Gabetta, quien fue alumna mía desde los cinco años hasta que se fue del país. Por suerte, todavía sigo teniendo contacto con ella.
¿Cuáles son tus primeros recuerdos con la música?
Mi papá era una artista plástico y junto con mi madre eran enamorados de la cultura y asiduos concurrentes a los conciertos que daba la Sinfónica de Córdoba, a los cuáles me llevaban. Por supuesto, cómo matrimonio joven, iban allá arriba lejos. Recuerdo que en uno de esos conciertos fueron a ver a un cellista conocido y en un momento mi padre pregunta ¿y el chico dónde está? Entonces se asomaron y me vieron a mí sentado en primera fila escuchando y mirando bien de cerca el violoncello. A partir de ese momento decidí que quería estudiar ese instrumento.
¿Y ahí comenzaste el conservatorio?
En el Conservatorio de Córdoba, que se llama FELIX. T . GRAZON, entré a los 7 u 8 años, estudié con el maestro Manuel Posadas de quien estoy muy agradecido. Cuando terminé el bachiller (Colegio Monserrat) decidí seguir con la música y el violoncello que tanto me apasionaba, a lo que mi padre dijo: “Lo lamentó mucho hijo pero yo no vendo un cuadro todos los meses para mantenerte esto, así que no sé cómo vas a hacer”. Pero agarré mi cello, una bolsa con ropa y me largué para Buenos Aires. Vine a parar a un conventillo de Bartolomé Mitre y Paraná, en pleno Congreso. Estudié en el Conservatorio Nacional.
Me imagino, que tenías que trabajar para poder mantenerte.
En realidad vendí una moto Puma que tenía para ir al colegio y con esa plata tiraba para un café con leche con medialunas y así … Luego hice unas changas tocando tango en un sótano que había en la calle Talcahuano que se llamaba “Caño 14”.
¿Y sabías tocar tango?
No. No sabía nada, nada…
Pero llegaste a tocar con Franccini y con Pugliese ¿No?
Sí, fui el primer cello de Pugliese. Pero eso fue mucho después…Pero en fin, una de esas noches tocando tango alguien me dijo “Che pibe, parece que va haber una beca para Francia…por qué no te anotás?” Me inscribí y gané la beca .
Ese fue un paso fundamental en tu carrera…
Claro. Y mirá las vueltas de la vida ¿sabés quién fue mi primer profesor en Francia? Paul Tortellier, aquel cellista que yo había visto tocar allá en Córdoba cuando era chico. Fue muy emocionante. También tuve de maestro a Pierre Fournier, quien me escribió una carta de recomendación muy elogiosa.
Después de dar todas esas vueltas por Europa, volví a la Argentina. Entré a trabajar en la Orquesta Estable, nuevamente en la Nacional, empecé a tocar tango con Franccini. Luego Pugliese quiso incorporar un cello a su orquesta y me llamó. Toqué unos meses nomás porque ya estaba muy metido con la música académica, tocando en la Sinfónica Nacional y dando conciertos como solista. Así que le recomendé a Daniel Oscar Pucci, que fue el otro cellista que tuvo Pugliese, alumno mío, al tiempo se fue y le mandé a otro alumno que era Patricio Villarejo, cellista que está en plena actividad hoy en día.
Has formado a muchos cellistas y en diversos estilos incluso
Así es. El solista actual de la Sinfónica Nacional Jorge Perez Tedesco también ha sido alumno mío, Alejandro Biancotti que actualmente trabaja en Italia, Silvia Gamez, Jaqueline Oroc y varios más realmente. Es hermoso para quien ama la docencia, poder transmitir a los jóvenes la experiencia de uno lo mejor que pueda. Estoy contento con eso, muy feliz.
Se crean vínculos muy especiales también
Yo me encuentro con personas que me dicen ¿Viste la juventud de hoy? como algo malo. Y les digo que están muy equivocados, hay jóvenes muy maravillosos.
¿Actualmente estás retirado de toda actividad de conciertos y dedicado sólo a la docencia?
Sí. No digo que no me guste el cosquilleo que genera todo concierto, pero creo que es cómo los deportistas: hay que ser inteligente y saber retirarse a tiempo. Algunas cosas acotadas puede ser, pero enfrentar un recital de largo aliento ya no; hay jóvenes que lo hacen ahora y muy bien y así debe ser, es la ley de la vida. Ya lo he hecho mucho tiempo. Lo que sí siempre intento difundir a mi manera, de otra forma, desde otro enfoque. Y con la docencia, claro.
Has sido un gran difusor de obras nuevas. ¿Siempre te interesó la música de vanguardia o fue de a poco que surgió?
Fue de a poco y te diría que fue una postura casi político-intelectual. No reniego de la belleza de Baudelliere o Apollineire por citarte a dos poetas franceses, por ejemplo; pero resulta que hoy hay poetas también y muy buenos. O la gente que antes se reía de Modigliani y pensaban que Dalí era un loco y hoy dicen ¡Que maravilla! Pero parece que evolucionamos más rápido con los ojos que con los oídos…Las personas siguen maravillándose con las Cuatro Estaciones de Vivaldi… Y siempre me hice la pregunta ¿qué pasa con la música?. Hay mucha y muy interesante, muchos compositores nuevos y ahí me embarqué en darlos a conocer y difundir su obra .
¿En qué año más o menos?
Fue a partir de mi regreso a la Argentina. Yo estuve del 65 al 70 en Francia.
Estuviste en el Mayo Francés…
¡Claro! Y estuve ahí prendido también! Pero esa es otra historia…
Pero bueno, fue a mi regreso. Primero, empecé a trabajar y luego de a poco a contactarme con los compositores de esa época como Gandini, Tauriello. Grandes compositores que hoy ya no están con nosotros lamentablemente. Roque de Pedro también y muchos más
Y tuviste oportunidad de estrenar muchas obras también
Claro, y después cuándo descubrieron eso muchos se me acercaron y me dijeron “Che, mirá Leo escribí esta obra ¿qué te parece?”. Y siempre les decía que me la dejen. Y así llegué a mechar en conciertos una sonata de Beethoven, una obra de un compositor de vanguardia, alguna para chelo solo y algo con piano de Rachmaninov, por ejemplo.
Te interesaba difundir para un público más amplio…
Sí. El público iba a escuchar a Beethoven o Brahms y de repente tenían que escuchar sí o sí también una obra de vanguardia de algún compositor argentino o latinoamericano.
Es un buena manera de ir metiendo al público en un lugar donde solo, quizás, no se anima a meter…
También pasó en una época muy interesante en la Orquesta Sinfónica Nacional, teníamos un maestro, Jacques Bodmer que un día trajo una obra de vanguardia, no me acuerdo el nombre del compositor, que se llamaba “Ostinato en DO”, donde lo interesante de la partitura era que tenía que ser una pianista rubia, muy linda, que estuviera de espalda al público y que no supiera música. Al punto que le tuvimos que marcar todos los DO con un marcador en el piano. En fin, aparecía la solista, semejante “minón”, se sentaba y entonces miraba con una cara de miedo ¡Pobre mujer! Y empezaba do, do…y al gesto del director todos hacíamos variaciones sobre la nota do. Una cosa muy interesante, muy graciosa, en el San Martín. ¿Te imaginás? Volaban avioncitos de papel, clavos, monedas…nos tiraban de todo y nosotros seguíamos tocando…
Bueno era una obra tonal por lo menos…
Sí, era un “Doserío” por todos lados…Una locura, esa fue una experiencia increíble, realmente y realizada con la Orquesta Sinfónica Nacional!
¿Y qué compositor te llegó más de la vanguardia de aquellos años?
Y hay obras, y obras… Es muy difícil discernir realmente. Hasta Beethoven tiene obras “flojas”, no toda la genialidad de Beethoven es la “Novena”, la “Tercera” o la “Quinta”…también él tiene obras flojas. Y en la vanguardia al estar con la nariz muy de cerca, es muy difícil darse cuenta en el momento. Pero te puedo decir que me gusta toda la escuela de Viena con Schoenberg, Berg y Webern… Soy un enamorado de Webern. Lo que tiene de maravilloso es su poder de estrechísima síntesis y de los silencios abismales. Una obra de Webern puede durar 50 segundos en donde hay notas y silencios a respetar rigurosísimamente, pero que eso implica un abismo.
Acá en Buenos Aires, estaba el viejo Juan Carlos Paz, un hombre de la agrupación ”Nueva Música”, ahí hay músicos muy serios, no se puede “macanear”.
Yo tuve una experiencia muy maravillosa en Praga, todavía la Checoslovaquia comunista, en un festival de músicas de vanguardias, toqué una obra de un brasilero, Raul Do Valle, yo no sabía como iba a reaccionar el público, obviamente no conocía a nadie ahí, y cuando terminé de tocar la gente se pusó de pie y me empezaron a llover flores. Hermosa obra de un compositor a quien yo ni conozco personalmente.
Y siempre tocaste un repertorio muy variado, muy amplio.
Cuándo yo volví a la Argentina, una de las cosas que descubrí es que el violoncello estaba muy atrasado, entonces lo que me propuse fue difundir todo lo que humanamente estuviera a mi alcance a lo largo y a lo ancho del país. Empezando por las primeras obras que escribieron para cello Benedetto Marcello y Vivaldi, hasta nuestros días. Y ahí partí, violoncello al hombro, pianista acompañante e hice giras por todos lados. Entre Ríos, Santa Fé, por donde se te ocurra Leo Viola tocó. En Bibliotecas populares, en escuelas, en donde sea iba y tocaba.
¿Y qué te gustaba más: tocar con orquesta, en la orquesta, como solista, cámara?
Son experiencias distintas. En la orquesta hay un sentido grupal de un objetivo logrado entre todos. Por lo menos en la Nacional era así. He estado en otras orquestas y era mas decir ”Bueno, hay que subir al andamio, es el laburo, hago lo mío y me voy”. En cambio en la Nacional se sentía eso de mirarnos entre nosotros y la satisfacción de lograr una buena versión de una sinfonía de Brahms haciendo lo que pedía el director. Es muy distinto a lo que lográs con tu compañero de cámara o la franela del ego de tocar de solista…
Ahora te advierto que es bravo el estar ahí, como le decíamos en la jerga: “los 12 pasos del cadalzo”, porque uno está en el camarín tranquilo y de repente golpean y te dicen “Vamos maestro, ya está”. Llegás caminando hasta donde está la campana acústica, te abren la puerta y ahí estás solo con tu cello y tu arco. Caminas hasta allá, esos 12 pasos, te aplauden sí, pero por dentro… llegás, clavás y largas y ¡que Dios te bendiga!
¿Una vez que empezás se te pasa?
Un verdadero artista siempre tiene un poco de nervios….Mirá hay una anécdota muy linda que yo viví con Fournier, estaba por salir a tocar me mira y me dice: “No diga nada…” y toma un traguito de Cognac…le digo “Maestro, ¿alcohol?”….”, “Cest´ Bon!” me dijo y agarró su bastón, usaba bastón porque había tenido poliomelitis, y salió y clavó su chelo…un artista exquisito.
¿Cómo fue que empezaste también con tu rol de compositor?
Eso viene desde mis comienzos. Tal vez, desde los padres que te dicen: “Bueno el interprete, muy lindo. Hace la obra que hicieron otros pero lo importante es hacer la obra de uno”. Por otro lado, mi experiencia en Europa y las consultas de los compositores sobre cuestiones técnicas y tímbricas me llevaron a componer para aportar desde ese lado. Pero, no lo sé. Sentí la necesidad y lo plasmé.
Más anécdotas:
-Saliendo del Teatro San Martín, después de una audición había dos linyeras tomando vino en la puerta y uno me dice “¿Y ese con el guitarrón?”, me paro, lo miro y le digo “Está equivocado, no es un guitarrón, ¿sabe lo que es esto? Es el charango de King Kong” se mataron de risa y seguí viaje….
-Estaba en un ciudad que se llama La Paz, al norte de Entre Ríos sobre el río Paraná, en la cena después de haber tocado me dicen: “Muy bueno Maestro”. Sí, pero sabe una cosa mi omnibus sale mañana recién al atardecer, habría alguna posibilidad de juntar por ejemplo los colegios secundarios en algún lado y yo les podría dar un concierto. ”¿Maestro ud. estaría dispuesto?”…Más tarde me avisan que han podido organizarlo. Llegamos a una cancha de basquet cubierta, de un lado las chicas, del otro los muchachos, me mira la pianista, Marta Bonggiorno, y me dice: “Mira el piano…”. Era un piano viejo. “No te preocupes y sentate ahí tranquila” Yo también me senté y puse la campera arriba del cello, esperé un rato porque estaban todos hablando y dije “che, vos que te reís tanto… ¿querés saber lo que tengo acá? A ver, ya que estás tan canchero…A ver, las señoritas tan educaditas…¿Cómo se llama este instrumento que tengo acá? Te imaginas dijeron de todo: guitarra, acordeón, cualquier cosa. “No, están equivocados. Yo les voy a decir, pero si se quedan callados porque no quiero gritar. Este instrumento se llama violoncello… A ver, repitan…Más fuerte, cuando cuente tres”. Mirá en mi vida escuché tan fuerte la palabra Violoncello. Una cosa de locos…entonces les pregunté ¿lo quieren ver?… “Sí!!!” y ahí hice toda la ceremonía…lo saqué, les expliqué…toqué un poco, les toqué una rancherita, un tanguito… y dicen queremos oir algo a lo cual contesto pero que son otras cosas…esas de músicos serios, que ellos capaz se aburrián o no les gustaba. Pero realmente imploraron. Y ahí tocamos, ya ni me acuerdo qué… pero sí los gritos de “otra, otra” “y terminé tocándoles un movimiento entero de una sonata de Bethooven, chicos que en su vida habían escuchado un violonchelo…”Que no se vayan, queremos más; que no se vayan, queremos más”…Vino la directora del instituto y me dijo “Maestro…paré porque es la hora y los chicos se tienen que ir”. Los chicos seguían gritando, la agarré a la pianista y le dije “agarrá todo y rajemos”…
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