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“Aprender a tocar el chelo me hizo ser optimista en todo”

Constancia. Su amor por la música y un buen maestro le permitieron a Cristina Zatti, violonchelista, tocar con pasión un instrumento que le devolvió la autoestima y le permitió reconciliarse con el lupus.

A  los 5 años empecé a estudiar piano y a los 12 comencé a sentir dolores en las muñecas. Mi papá, Jorge, que es médico, comenzó a llevarme a los especialistas pero ninguno daba con un diagnóstico preciso. Mis molestias en las manos seguían y a los 17 años comenzaron a realizarme infiltraciones. Cuando tomaba clases usaba muñequeras porque me dolían cuando las doblaba, se me hinchaban, se me ponían rígidas y me costaba cerrar la mano. Tomaba antiinflamatorios orales y por varios días tenía que dejar ambas quietas hasta que el dolor se aliviara. El desarrollo del lupus, en mi caso, fue muy progresivo.

Viví mi adolescencia con incertidumbre de cómo iba a amanecer al día siguiente. Si me iban a doler las manos o si me iba a sentir bien. Un día, cuando estudiaba piano en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba, le pregunté a mi papá: “¿Y el chelo?”. Se lo había comprado mi abuelo, pero cuando él empezó a estudiar medicina dejó de tocar. Me gustaba y, por otro lado, cada día me costaba más tocar el piano.

Estuve dos años en la Facultad de Artes y me enteré de que se inauguraba la Escuela de Arcos, de Humberto Carfi, en el Paseo de las Artes. En esa época estudiaba francés en el anexo de la Escuela de Lenguas, me fue mal en un examen y tenía tanta bronca que me dije: “Voy a estudiar chelo”. Ese fue el disparador que me llevó a enamorarme del instrumento.

 En el verano de 1985 caí en cama y me dijeron que podía tener fiebre reumatoidea. Tuve que hacer reposo dos meses, tenía el cuerpo rígido y recuerdo que, a pesar de los dolores, yo miraba el chelo que estaba en una esquina de mi habitación.

Al principio me enojaba mucho mi enfermedad, pero decía: “No me importa, yo voy a hacer chelista”. Siempre fui muy estudiosa, así que, después de un año, el maestro me invitó a tocar en una Orquesta de la Escuela.

En 1988, y después de un concierto en Radio Nacional, tuve pleuresía y debí hacer reposo. Comenzaron a tratarme por el problema en el pulmón: tenía 20 años y me hicieron punciones y estudios de todo tipo. En ese momento, me detectaron lupus. Mi papá le contó al maestro Carfi y él me envió una carta en la que me dijo que yo saldría adelante, que tenía talento, que era estudiosa y que él me iba a ayudar a cumplir mis sueños.

Desde aquella carta me entregué a su enseñanza y él se puso en mi piel. Creamos un vínculo muy especial, recuerdo que me decía cosas como: “Vamos a ver cómo resolvemos los problemas”. No me trató como una enferma, sino como una alumna con particularidades, con su potencial y sus dificultades. Era un gran observador, así que veía cómo podía hacer para resolver si tenía alguna limitación con alguna posición. Ponderaba mi obediencia y yo creía en él porque después veía los resultados.

El lupus es una enfermedad que afecta la autoestima, pero con mi maestro y mi chelo pude sobreponerme y demostrarme a mí misma que podía. Antes siempre tenía en la cabeza cómo iba a amanecer al día siguiente, me tenía que cuidar de la humedad, de los cambios de tiempo, del estrés. Debía mantener una alimentación sana, hacer ejercicio pero no sobrecargar mi cuerpo. Estudiaba entre cuatro y seis horas por día y además trabajaba como docente de música en la escuela Inmaculada Concepción. Me costaba un poco tocar los acordes en posiciones altas y tocar en dobles cuerdas en posición alta porque me faltaba flexibilidad en algunos dedos. El maestro siempre me daba ejercicios para lograr lo que necesitaba para lograrlo.

Aprender a tocar este instrumento me ayudó a cambiar mi actitud con respecto a mi enfermedad, porque antes estaba muy enojada. Después me “abuené” con el lupus y, curiosamente, comencé a sentirme mejor.

El lupus me enseñó a ser optimista con la vida y también a ser voluntariosa, nunca me importó el defecto en las manos, por ahí los alumnos me preguntaban: “¿Qué tenés en la mano, seño?”. Y yo les decía: “Las tengo hinchadas, no es nada”. Creo que la clave cuando querés aprender a tocar un instrumento es querer hacerlo y sentarse a lograrlo.

Perfil 

Cristina Zatti tiene 48 años, es chelista y docente de la Escuela de Arcos Sierra Adentro, de Alta Gracia. Está casada y vive en La Bolsa. Además, es integrante, junto con otros miembros, de la orquesta que funciona en esta escuela, que tocó durante toda la temporada de verano en el espectáculo de Jorge Rojas, en Villa Carlos Paz.

Producción periodística: Rosana Guerra

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